Siento como la sangre circula por todo mi
cuerpo. Miro en un reflejo y noto que mis pupilas parecen un abismo. Mi
garganta está cerrada y no hay saliva para refrescarla. Una energía me empieza
a recorrer. Los sentidos se disparan a su máximo y todo lo percibo de forma
surrealista. Las sombras en la noche aparentan moverse al ritmo de
la música y me invitan a seguirlas.
Me levanto de mi lugar. El escenario está muy cerca porque alcanzo a ver el juego de las
luces entre la obscuridad. Por fin he llegado y tengo una exaltación de euforia
que me hace bailar sin parar. Quiero gritar, correr, romper, golpear, llorar y
reír, pero aún deseo ir más lejos. Veo a mi alrededor. Hay muchas personas y no
me desalientan de mis locuras. Inhalo un poco más para llegar hasta arriba.
El ambiente me parece de otro mundo. La música
está en el máximo esplendor. Los ritmos y los sonidos exquisitos salen de todas
partes. La gente baila y parece una masa que se mueve. Desde la pista de baile
diviso a mi colega. Es iluminado por las luces de las tornamesas y me parece un
marciano o un brujo creando una pócima mágica que nos hace bailar como locos.
El ruido, el ir y venir de todos, los olores,
y todo eso que hay en la muchedumbre, me hacen un alboroto en mi cabeza. Ahora
ya no me siento amigable. Quiero irme y alejarme de todos estos vicios.
Necesito despejarme un rato. Cierro los ojos y empiezo a viajar a mi interior.
Veo colores y formas caleidoscópicas. En especial un color rojo intenso y en mi
mano una mancha negra que me consume poco a poco. Siento el miedo que me inundó
aquel día nefasto y se dibuja en mi mente, al mismo tiempo, la imagen de la
chica de mis pesadillas.
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